Carta del Superior General a la Congregación para la fiesta del Sagrado Corazón
Roma, Junio 2000
Queridos hermanos:
Nuestra
fiesta patronal, que cae este año el último día de Junio, nos invita a renovar
nuestra consagración a Aquel que es el centro de nuestra vida, y cuyo Corazón
es “el centro hacia el que converge todo tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento, el quicio sobre el que gira todo en el catolicismo, el sol de la
Iglesia, el alma de nuestras almas, el manantial de nuestros misterios, el
origen de nuestros sacramentos, la garantía de nuestra reconciliación, la salvación
del mundo, el remedio a todos nuestros males y el arsenal cristiano” (Chevalier).
Yo os animo, en este año jubilar, a realizar un esfuerzo suplementario para
preparar esta fiesta y celebrarla tomando conciencia viva de lo que significa
para nosotros.
¿Qué quiere decir renovar nuestra consagración al Corazón de Jesús? Por
los sacramentos de la iniciación cristiana nos incorporamos a la Iglesia, nos
convertimos en miembros de un pueblo santo, nación consagrada, un pueblo capaz
de ejercer el único sacerdocio de Jesucristo. El lenguaje de la Escritura
indica que hay algo de verdaderamente especial en el hecho de haber sido
escogidos y amados, llamados a ser santos y sin pecado ante Dios, a ofrecer alabanzas
y acción de gracias al Padre por los dones y bendiciones que hemos recibido. La
santidad a la que hemos sido llamados es puro don de Dios, el don de una
existencia transformada, cuya raíz y causa es Jesús sacrificándose por amor y
obediencia y resucitando después de entre los muertos. Esta santidad no procede
de nosotros mismos, aunque requiera nuestra libre cooperación. Tiene su
manantial en los dones recibidos de Dios en Jesús, que “se santificó a sí mismo
para que nosotros fuéramos también santificados en la verdad” (Jn 17, 19). El
culto que ofrecemos a Dios es esencialmente el de una vida santa, culto
expresado y profundizado en la liturgia de la palabra, del canto y de las ceremonias,
de donde procede una vida de consagración gozosa al Reino de Dios en el mundo.
El día de nuestros primeros votos en la Congregación, renovamos nuestra
consagración bautismal. Atraídos por el amor que nos muestra Jesús y deseosos
de compartir su obra, nos hemos consagrado a su Corazón. Aunque temporal,
nuestra profesión primera se orientaba, con todo nuestro corazón, hacia la
definitiva consagración de todo cuanto somos, de todo cuanto poseemos, al
Corazón de Cristo y a su misión en el mundo. En el decurso de los años, movidos
y sostenidos de modo admirable por la increíble bondad de Dios, hemos renovado
nuestra profesión y consagración a su Causa. Hemos encontrado el gozo en
nuestra vocación y hemos llevado la alegría a numerosas personas abrumadas por los
problemas de la vida.
En este año jubilar, y en esta fiesta del Sagrado Corazón, en pleno
corazón del Jubileo, os invito a todos a renovar nuestra consagración al
Corazón de Jesús y a su misión. Esto significa algo más que un “acto de
consagración”, por bueno y útil que pueda resultar tal acto. Examinemos
nuestras vidas y abrámonos a los proyectos de su Corazón sobre nosotros,
respondamos personalmente a la invitación de Cristo. Esto exigirá tomarnos
tiempo para la oración, preservar fielmente la media hora de oración
recomendada para la diaria oración personal. Es el tiempo de nuestro encuentro
personal diario con Dios, que viene con su palabra, su Palabra Encarnada, a mí
en mi realidad de cada día, con mis luchas y mis proyectos apostólicos. Si
constatáis que estáis demasiado ocupados o impedidos de cualquier otro modo
para reservar un mínimo de tiempo para la oración, habréis de confesar que
hacéis mal uso de vuestro tiempo. Perder el tiempo para la oración es ganarlo
para los demás. Es la experiencia de los santos. Si la práctica de la oración
personal ha desaparecido de vuestra vida, recuperadla, renovadla, encontraréis
en ello una fuente de bendiciones.
Celebrad la liturgia de las horas y la Eucaristía con vuestra comunidad
msc y con vuestra comunidad eclesial. Es vuestro pan de cada día para el viaje,
la fuente de agua viva para el camino, el lazo con la comunidad, el culto
público a Dios y la fuerza motriz de la misión. Se va infiltrando la práctica
de no celebrar la Eucaristía, si no es a petición y de celebrarla varias veces
al día si se lo piden. Aquí se encierra el peligro de convertiros en un
funcionario, en un practicante de ritos. ¡No lo aceptéis!, como diría
Chevalier. Procurad celebrar la Eucaristía cada día con vuestros hermanos msc,
o con el pueblo, o con ambos, compartir el pan y la palabra incluso con una o
dos personas. La única realidad que nos pertenece es la de hoy. Tanto más
pobres seremos si lo dejamos pasar sin un encuentro intenso con el Señor, como
el que da la Eucaristía celebrada con fe y con amor.
Procurad encontrar tiempo para hablar entre vosotros
en comunidad, para ratos de reflexión compartida sobre aspectos de nuestra
espiritualidad, para acompañaros mutuamente en las enfermedades y en las
dificultades, en las alegrías y en los éxitos. Resulta a veces muy provechoso
que alguien ajeno a la comunidad pueda dirigir la palabra a la misma sobre un
tema teológico en relación con nuestra espiritualidad y nuestra misión. Nuestra
espiritualidad es de una “actualidad extraordinaria”, ha dicho el Papa Juan
Pablo II el pasado año. Hablaba desde Varsovia, en un mensaje para señalar el
centenario de la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús.
Declara dirigiéndose a todos los fieles:
“Quiero expresar mi aprobación y alentar con fuerza
a cuantos continúan en la Iglesia, de la forma que sea, en cultivar y
profundizar el culto al Corazón de Cristo, con formas y lenguaje acomodados a
nuestro tiempo, de suerte que pueda trasmitirse a las generaciones futuras, con
el mismo espíritu que siempre le ha caracterizado. Continúa también hoy la idea
de guiar a los fieles para que mantengan su mirada de adoración fija en el
misterio de Cristo, el Dios-Hombre, para que puedan ser hombres y mujeres de
vida interior, personas que sienten y viven la llamada a la vida renovada, a la
santidad, a la reparación, que es cooperar a la salvación del mundo; personas
que se preparen para la nueva evangelización, reconociendo en el Corazón de
Cristo el corazón de la Iglesia. Es urgente que el mundo comprenda que el
cristianismo es la religión del amor” (Varsovia, 11 de junio de 1999, Osservatore Romano, sábado, 12 de junio
1999).
En fin, gustad el
amor de Cristo por cada uno de vosotros, su misericordia en vuestras
debilidades y vuestras luchas, su fuerza en la generosa entrega de vosotros mismos,
su presencia cuando estáis con los pobres y los pequeños, con las víctimas de
la injusticia, con todos los que sufren. Roguemos los unos por los otros y
acordáos, especialmente en estos días, de los sufrimientos de nuestros pueblos
de Indonesia y de Congo. Roguemos por las Misioneras del Sagrado Corazón que
celebran este año, en la fiesta del Sagrado Corazón, el centenario de su
fundación. Espero pasar ese día con ellas en Hiltrup. Que Nuestra Señora del Sagrado
Corazón interceda por nosotros y nos ayude a renovar el sentido de nuestra
vocación y de nuestra consagración al Corazón de su Hijo, para que seamos los
apóstoles y testigos eficaces de su amor en el mundo entero.
Con mi afecto y mis
mejores deseos fraternales de una buena Fiesta y con mis oraciones por vuestro
bienestar
Miguel Curran msc
Superior General